Autoestima, Ministerio y Miseria. Parte 2
Por Dr. Clay Jones. Universidad de Biola.
Ayer terminé mi escrito explicando mi envidia en el ministerio y de cómo esto me llevó al agotamiento.
De hecho, me sentía tan cansado que despertaba, desayunaba y dormía una siesta. Luego despertaba, almorzaba y me echaba otra siesta. Luego despertaba, cenaba y dormía otra siesta. Y así. Decidí investigar en Internet «fatiga crónica» y la primera cosa con que me topé fue “leucemia”. Esto me dio otra cosa más de qué preocuparme.
Finalmente fui al doctor y me hizo algunos exámenes y me dijo que yo era hipoglucémico. Me aconsejó que comiera sólo proteínas y hacer ejercicio diariamente. Esto ayudó pero sólo hasta cierto punto. Aún así, realmente quería complacer al Señor y leía mi Biblia diariamente. ¡Incluso me disculpé con un joven por tenerle envidia!
Pero yo seguía siendo un desastre, amargo, cansado y frustrado, me empezó a ir muy mal en la escuela ese semestre, tanto que me pusieron en disciplina condicional académica ¡a pesar de que di de baja todas mis clases menos una!
Luego, una noche, estaba en una piscina jugando con algunos estudiantes de secundaria y, mientras estaba bajo el agua, de pronto sentí un brusco pinchazo en mi hombro izquierdo. Dos pensamientos ocurrieron casi simultáneamente: «Me acabo de dislocar el hombro» y «¡No seas como mula sin entendimiento!» (Salmo 32: 9). Ese último pensamiento me pegó más duro que el anterior.
Cuando salí del agua anuncié: «¡Me acabo de dislocar el hombro!» Uno de los estudiantes de la escuela secundaria dijo que sabía cómo reajustar un hombro dislocado, así que de pie en la piscina, empezó a jalarme el brazo hacia arriba. Pronto nos dimos cuenta de que en realidad no tenía ni la más remota idea de cómo reajustar un hombro. Me arreglaron el hombro en el hospital y me dieron un inmovilizador de hombro lo que significaba que no podía correr o hacer cualquier otro tipo de ejercicio. Así que ahora tenía hipoglucemia, estaba constantemente cansado, comía hamburguesas Big Mac pero tiraba los bollos, no podía hacer ejercicio, no podía dormir cómodamente debido a mi hombro, estaba celoso, amargado, y me se sentía como un fracasado en el ministerio.
Un desastre de vida.
Sabía que había estado construyendo mi autoestima sobre el éxito de mi ministerio y ahora me daba cuenta de que esto no sólo disgustó al Señor, ¡Él no iba a tolerarlo! ¡Aprecié eso! De Verdad. Me sentí amado. Un día o dos más tarde renuncié a mi puesto de ministro de jóvenes—efectivo de inmediato (lo siento por mi jefe. ¡Pude haber manejado mejor la situación!). Hice un análisis de mi vida y me arrepentí por amar al mundo y por buscar la gloria de otros seres humanos.
Creo que desde ese día ya no volvía a recitar a mi mantra de «pastor de jóvenes de una mega-iglesia, pastor asociado de una mega iglesia, pastor de una mega iglesia…»
Fui cambiado. No era ni siquiera remotamente perfecto, pero sí diferente. Y empecé a mejorar, pero aún había mucho que aprender. Es imposible que uno simplemente deje de desear cosas malas. Uno debe remplazar ese deseo con otro deseo: desear las cosas correctas; pero eso aún no me sucedía.
Pero mientras, me encontraba sin ministerio y sin trabajo.