¿Qué “arreglo” hay si ya tuve un aborto?
Los hombres y mujeres post-aborto tienen el mismo problema que yo: Son rebeldes. Y no hay nada que podamos hacer para arreglarlo. Alguien más tiene que asumir la culpa por nosotros. Afortunadamente, alguien lo ha hecho.
Empecemos por las buenas noticias. Los hombres y mujeres post-aborto pueden experimentar sanidad. Como todos los pecadores perdonados, pueden vivir cada día seguros de que DIOS los acepta sobre la base de la justicia de Cristo, no de la suya propia.
Pero esa seguridad no se encuentra a bajo precio. Tenemos que verla en su contexto bíblico, con el trasfondo de la santidad de DIOS y su odio al pecado. Tenemos que verla a la luz del Evangelio.
El Evangelio de Jesucristo puede resumirse así: DIOS diseña un mundo bueno en el que los seres humanos, que creó para adorarle y disfrutar de la comunión con Él, se rebelan voluntariamente contra Él. Aunque estos humanos rebeldes merecen la ira de DIOS, Él pospone su justo juicio y envía a JESÚS para que reciba el castigo que merecen. Por designio de DIOS, JESÚS -el impecable- es asesinado en una cruz por las mismas personas a las que vino a salvar. Pero la historia no termina ahí. Tres días después, DIOS confirma el sacrificio de Cristo al resucitarlo de entre los muertos. Como resultado de la obra de Cristo en su favor, el pueblo de DIOS -todos ellos indignos de algo más que la muerte si fueran juzgados por sus propios méritos- son declarados justificados por DIOS Padre, quien los adopta como sus propios hijos e hijas.
Como todos los pecadores, los hombres y mujeres post-aborto necesitan este evangelio. Con él, viven seguros de que sus pecados pasados, presentes y futuros no se tomarán en su contra. Sí, el Evangelio es una buena noticia, pero sólo si entendemos la mala noticia
Las malas noticias (y son muy malas)
La Biblia es clara: No nacemos inocentes y nos volvemos malos. Empezamos mal y nos quedamos así.
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo entenderá?», se lamenta el profeta Jeremías (17:9).
El testimonio de la Escritura es que todos los que leen esta frase sólo merecen juicio. De mil maneras diferentes, hasta el último de nosotros se ha rebelado contra nuestro Creador, que nos hizo para Su gloria. Que cualquiera de nosotros esté respirando ahora mismo es un puro acto de Su gracia.
Piensa en la película del viejo oeste «Sin perdón», protagonizado por Clint Eastwood en el papel de Will Munny. El joven compañero de Will, Schofield Kid, mata a un hombre por vez primera y se queda pensativo. La respuesta de Munny es devastadora:
Munny: Es un infierno, matar a un hombre…
Kid: Sí, bueno, supongo que se lo merecían.
Munny: Todos nos lo merecemos, chico.
Cuando Cristo habló de una torre que cayó sobre gente desprevenida, no dijo que las víctimas merecían morir mientras que todos los demás no. En lugar de eso, dio esta impresionante respuesta:
«Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente»
(Lucas 13:1-9).
JESÚS dijo que todo el mundo se lo merecía. Y si no nos arrepentimos, nosotros también pereceremos.
Nuestro problema es el siguiente: El carácter santo y justo de DIOS no puede pasar por alto la maldad y el pecado. Debe castigarlo. Aunque no nos guste hablar de ello, tenemos un gran problema con DIOS.
Pero la mala noticia es aún peor de lo que imaginamos a primera vista. El problema no es sólo que hagamos cosas malas; es que somos malos por naturaleza. Estamos inclinados a la rebelión y a la desobediencia contra DIOS y somos impotentes para arreglar las cosas. De hecho, Pablo nos dice que, como el resto de la humanidad, estamos muertos en nuestros pecados y somos merecedores de la ira de DIOS (Efesios 2:3). Abandonados a nosotros mismos, no queremos tener nada que ver con DIOS.
«Nadie es justo, ni siquiera uno; nadie entiende; nadie busca a DIOS. Todos se han desviado; todos a una se han vuelto inútiles; nadie hace el bien, ni siquiera uno» (Romanos 3:10-12).
En resumen, DIOS sería perfectamente justo si acabara con nosotros por completo.
Pero hay una buena noticia (¡infinitamente buena!).
Después de no dejar ninguna duda sobre la verdadera condición del hombre, Pablo expone la solución. Aunque estábamos muertos en nuestras transgresiones y pecados y éramos justamente objeto de Su ira, DIOS hizo lo que no podíamos hacer por nosotros mismos: nos dio vida en Cristo (Efesios 2:1-5).
«En el momento justo, cuando aún éramos impotentes, Cristo murió por los impíos».
¿Cómo? ¿Cristo murió por los impíos?
Precisamente.
«DIOS hizo pecado por nosotros al que no tenía pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de DIOS en Él» (2 Cor.5:21).
Como resultado, somos salvos de la ira que justamente merecemos (Romanos 5:6, 9). Como sustituto nuestro, Él fue abandonado para que nosotros no lo fuéramos. Es una gran noticia para el pecador arrepentido, pero no es el mensaje que la mayoría de la gente quiere oír. La cultura secular considera un pecado decirle a la gente:
«Estás equivocado. Lo que crees está mal. Acude al único que puede salvarte».
Y sin embargo, no hay remedio para nuestra culpa hasta que renunciemos a toda esperanza de justificarnos por nosotros mismos.
Tenemos un problema terrible y sólo hay una salida:
«La salvación no se encuentra en nadie más» que en JESÚS
(Hch 4,12).
Todas las demás opciones, incluyendo nuestros propios intentos de agradar a DIOS a través de buenas obras nos dejan muertos en nuestros pecados.
No por nuestras propias obras
El teólogo Desmond Ford lo expresa bien:
«DIOS es mejor de lo que esperábamos, aunque nosotros seamos peores de lo que sospechábamos «54 .
Un amigo y colega sabio, responsable de haber salvado a niños antes de nacer, explicó una vez su motivación para el activismo provida de esta manera (parafraseo).
JESÚS fue claro cuando el joven rico le preguntó:
«¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? JESÚS le dijo que obedeciera los Mandamientos: no asesinar, amar al Señor tu DIOS y amar a tu prójimo, cuidar de los indefensos, etcétera. Luego JESÚS dice en el Sermón del Monte que ‘todo el que oiga estas palabras y las ponga en práctica’ se salvará en el día de la destrucción. Hago todo lo que puedo para dar la talla».
Con ese criterio, mi amigo no tiene ninguna posibilidad. Sí, JESÚS le señaló al Joven rico los Diez Mandamientos, pero lo hizo para exponer la total incapacidad del joven para cumplirlos. Lo mismo ocurre con el Sermón del Monte(Mateo 5-7): Nadie puede estar a la altura de las exigencias que Cristo presenta aquí. ¿Soy puro de corazón? ¿Tengo hambre y sed de justicia? ¿Muestro misericordia cuando debo? ¿Amo a mis enemigos? Para agradar a DIOS en estos asuntos, mi justicia debe superar la de los escribas y fariseos. Debe ser perfecta.
El problema es que no estoy ni cerca. Mira qué duro es Cristo con nosotros (parafraseo):
«¿Crees que estás libre de adulterio? No lo creas. Cada vez que deseas a una mujer cometes adulterio en tu corazón. ¿Crees que no asesinas? Cada vez que te enfadas con tu hermano lo haces en tu corazón»,
y así sucesivamente. Si unimos esto a la enseñanza de Pablo en Romanos de que «nadie es justo, ni uno solo», empezaremos a hacernos una idea de lo desesperada que es nuestra situación. Realmente no hay nada que podamos hacer para alejar la justa ira de un DIOS santo. Las personas que están «muertas» en sus pecados no pueden ayudarse a sí mismas ante el tribunal de la justicia de DIOS. Alguien mas tiene que tomar el castigo por nosotros y proveer la justicia que no tenemos.
Alguien lo hizo. La justicia que DIOS demanda es la justicia que sólo Él provee a través de Jesucristo. Pablo es claro: DIOS es quien justifica al impío (Romanos 4:5; 8:30, 33) y Él inicia y completa el proceso de salvación de Su pueblo. No es de extrañar que Pablo escriba: «nadie puede jactarse», porque por gracia hemos sido salvados mediante la fe (Efesios 2:8-9).
Aquí es donde mi amigo lo tiene al revés: No hago buenas obras para ganarme el favor de DIOS o para abrirme camino al cielo. La verdad es que mis buenas acciones nunca compensarán las malas. Afortunadamente, JESÚS cargó con el castigo de mis pecados para que yo no tuviera que hacerlo. Lo único que elimina mi culpa ante DIOS es la justicia de Cristo aplicada a mi persona. Con esto en mente, me acerco al servicio cristiano no desde un sentimiento de culpa, sino de gratitud.
¡Justificado!
Bíblicamente hablando, la justificación es una declaración legal de DIOS Padre por la cual mis pecados son perdonados y la justicia de Cristo es aplicada a mi cuenta. Los pecadores justificados no son hechos justos con una infusión de santidad; son declarados justos únicamente por la obra de Cristo en su favor. La justificación se refiere a mi condición ante DIOS: Ya no estoy condenado porque JESÚS pagó la pena por el pecado en mi lugar y vivió la vida de obediencia perfecta que DIOS exige. Dicho de otro modo, la justificación es una cuestión de imputación: Mi culpa se imputa a Cristo; Su justicia se me imputa a mí.
¿Quién, pues, puede acusar a los elegidos de DIOS? La respuesta del apóstol Pablo es clara: Nadie. Porque es DIOS quien justifica (Romanos 4:5; 8:33). Es Su don, completamente inmerecido, para que nadie pueda jactarse. Después de todo, DIOS no tiene ninguna obligación de salvar a nadie.
«Las misericordias del Señor no nos consumen, porque su compasión no se agota. Son nuevas cada mañana. Grande es tu fidelidad» (Lamentaciones 3:22-23).
¡Pero no tienes ni idea de lo que he hecho!
No podemos añadir nada a nuestra justificación. Ya es una obra terminada. La confusión acerca de esto conduce a la depresión espiritual y, en algunos casos, a años de dolor emocional. Una vez una mujer me dijo:
«¿Qué pasa con las personas que cometen pecados morales graves como el aborto? Incluso después de arrepentirse una y otra vez, los sentimientos de culpa persisten. ¿Cómo podré ser justificada a los ojos de DIOS?».
En la justificación recibimos la justicia pura y sin mancha de Cristo, un manto que cubre nuestro pecado a los ojos del Padre. Somos declarados justos únicamente porque JESÚS llevó la pena del pecado en nuestro lugar. Sin embargo, seguimos siendo pecadores interiormente. Mientras tanto, la santificación (también obra de DIOS) es un proceso continuo que nos cambia internamente, conformándonos más y más a la imagen de Cristo. Con el tiempo, nuestros patrones de pensamiento mejoran. Los vicios se sustituyen por virtudes. Los pecados habituales son confrontados y desafiados. Pero la mejora moral no es lo que nos hace justos ante DIOS. Lo que elimina nuestra culpa judicial es la declaración legal de DIOS Padre.
¡Qué increíble noticia! Por declaración de DIOS, ya no somos sus enemigos, sino hijos adoptados y muy amados. Mi mensaje a esta dolorida mujer post-aborto fue simple:
«Anímate, no desesperes. Si estás en Cristo, la pena por tus pecados pasados, presentes y futuros fue pagada en la cruz. En resumen, ¡estás cubierta!».
Permítanme un último ejemplo de Greg Koukl:
«Se cuenta la historia de un rey que, habiendo descubierto un robo en el tesoro real, decreta que el criminal sea azotado públicamente por esta afrenta a la corona. Cuando los soldados llevan al ladrón ante el rey sentado en su tribunal, allí, encadenada, se encuentra la frágil figura de la propia madre del rey. Sin inmutarse, el rey ordena atar a la anciana al poste de azotes que tiene delante. Una vez atada, se levanta, deja el cetro imperial, se quita la corona enjoyada, se quita el manto real y envuelve a la anciana con su propio cuerpo. De espaldas al látigo, ordena que comience el castigo. Cada golpe destinado al criminal cae con toda su fuerza sobre la espalda desnuda del rey hasta que cae el último latigazo.
Del mismo modo, en esas horas oscuras, el Padre nos envolvió en su Hijo, que nos protege, tomando la justicia que merecemos. Esto no es un accidente. Estaba previsto. El profeta Isaías lo describió 700 años antes:
«Ciertamente, Él mismo cargó con nuestros dolores: …. Él fue traspasado por nuestras transgresiones. Él fue aplastado por nuestras iniquidades. El castigo por nuestro bien cayó sobre Él, y por su flagelación fuimos sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas. Cada uno de nosotros se ha desviado por su propio camino. Pero el Señor ha hecho recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros’» (Isaías 53:4-6).
Greg tiene razón: Sólo JESÚS puede pagar, y lo hace. Él ha completado la transacción. Ha cancelado la deuda. Ha terminado. Sólo nos queda confiar en Su promesa.
¿Y ahora qué?
Si has pecado participando en una decisión relacionada con el aborto, la solución a tu culpa no es la negación. Es el perdón. Como todos los demás, tu lugar está al pie de la cruz.
He aquí cómo empezar.
En primer lugar, deja de justificarte. La justificación es asunto de DIOS. Si tú decidiste abortar, deja de culpar a tu novio, ex novio o marido. Si tú eres ese novio, ex novio o marido, deja de culpar a la mujer a la que animaste a abortar. Sé honesto: tu elección tuvo como consecuencia la eliminación injusta de una vida humana. DIOS no se escandalizará por tu confesión. Él sabe que, fuera de Cristo, nuestros pensamientos y actitudes se inclinan hacia la rebelión contra Él. Al igual que yo y cualquier otro ser humano, te sientes culpable porque eres culpable.
En segundo lugar, resiste la tentación de resolver tu problema de culpa con un comportamiento «bueno». La verdad es que tus buenas acciones nunca compensarán las malas. No puedes arreglar lo que está mal y debes renunciar a toda esperanza de arreglarlo por ti mismo. Solo DIOS puede justificar al impío y lo hizo enviando un sustituto para que tomara tu lugar.
Es cierto que una vez que seas justificado, querrás servir a DIOS con buenas obras, aunque fallarás en vivir tus convicciones de muchas maneras. Sin embargo, tu motivación para hacer buenas obras será un corazón de agradecimiento por lo que DIOS ya ha logrado, no un débil intento de impresionarlo con tus propias cosas buenas.
Tercero, confía plenamente en el único sustituto que puede salvarte: JESÚS, el impecable, que pagó tu deuda por completo. La fe bíblica no es un salto ciego en la oscuridad. Es confianza basada en la evidencia. Pídele a DIOS que perdone tu rebelión y te dé un corazón nuevo para servirle. Busca a otros cristianos que también hayan sido perdonados y saca fuerzas de ellos.
Por último, establece una base firme para tu vida cristiana. Aprende los fundamentos de la doctrina y el pensamiento cristianos. Estudie los libros de Romanos y Gálatas en la Biblia. Memoriza las letras de los grandes himnos que transmiten el Evangelio. Considere leer El Evangelio para la Vida Real de Jerry Bridges o Finalmente Vivo de John Piper. Ambos te ayudarán a aprender los cimientos sobre los que se construye tu nueva fe.
James Montgomery Boice resume el evangelio perfectamente:
Yo no estoy bien. Tú no estás bien. Nadie está bien. Y cuanto antes admitamos que no estamos bien y acudamos a Aquel que sabe que no lo estamos, pero que de todos modos nos ofrece un camino de salvación, mejor estaremos. JESÚS no nos disculpa; nos perdona. Nos llama pecadores. Sin embargo, dice:
«No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lucas 5:32).
Lo más importante en la vida es saber que JESÚS puede salvarte del pecado. Lo segundo más importante es saber que lo necesitas.55