Los Tres Días Más Largos de la Historia.
Por Marta Hoyo
Como seres humanos queremos obtener las cosas de forma inmediata. Queremos ver resultados rápido, justicia rápida, ganancia rápida; todo rápido e inmediato y si no sucede así, nos decepcionamos. Queremos «aventar la toalla» y darnos por vencidos. Si las cosas no funcionan de inmediato, las desechamos. Si corregimos a nuestros hijos una, dos veces y a la tercera vuelven a hacer lo mismo, en vez de corregir una vez más nos sentimos tentados a decir, “que haga lo que quiera“, y creemos que la corrección no sirve. Si estamos pasando por dificultades en nuestro matrimonio y alguien nos motiva a luchar por él y ese día vamos inspirados a casa con ánimo de servir, perdonar y mostrar nuestro amor y respeto al cónyuge, pero él responde de forma egoísta y grosera, tenemos la tendencia a pensar, “esto no funciona; ni para qué hacer el esfuerzo“. Si estamos luchando con un vicio o mal hábito y creemos que Dios nos va a dar la victoria pero volvemos a caer, en vez de levantarnos y seguir adelante y depender aún más de Dios, nos deprimimos y creemos que ni siquiera Dios nos puede ayudar; queremos darnos por vencidos.
Me pregunto lo que habrán sentido los discípulos después de que murió Jesús. Ellos habían creído en Él, sabían que venía de Dios, sabían que era su salvador, sabían que sólo Él tenía palabras de vida, sabían que Él era todo para ellos: su esperanza, su perdón, su salvación y su sanidad. Lo habían encontrado TODO y de pronto: la muerte en la cruz. Muere el Señor, lo bajan del madero, echan suertes sobre sus vestidos, la tierra tiembla, se oscurece todo, el templo se parte a la mitad pero Jesús sigue muerto. Y si bien la palabra de Dios nos dice que Jesús les había dicho que al tercer día resucitaría, también se nos dice que ellos no entendían lo que decía. Entonces me imagino ahí a los discípulos, todos juntos aterrados, escondidos y sin entender su rumbo, su presente, su pasado, su futuro: todo era una incógnita. El escenario totalmente desalentador. Habían pasado los últimos 3 años con Jesús el Cristo, viendo sus milagros, escuchando sus palabras, siguiendo sus pasos y ahora sólo silencio; ¡Silencio absoluto! Un día… dos días… tres días… y de pronto: la luz, la esperanza, la victoria; ¡Jesús resucitó!
Ahora todo era claro como el agua. Sus vidas tenían propósito, el pasado, el silencio tenía sentido y ahora les tocaba a ellos ir por todo el mundo anunciando las buenas nuevas sabiendo que Dios cumple su promesa, que Dios siempre tiene la victoria, aun en esos momentos en los que guardó silencio, en esos momentos que el diablo aprovechó para desalentar a la gente y quererles comprobar su mentira ¿dónde está tu Dios ahora? Mira: silencio. No te viene a rescatar ahora, no te responde. No estás teniendo la victoria, mira, pobre de ti; tú le creíste a Dios y ahí estás aterrado, sólo y sin esperanza… ¿estás seguro que ese Dios existe? “mejor deja tu fe, esto no es para ti, jamás tendrás la victoria“. Sin embargo Jesucristo resucitó y con ello venció lo invencible para nosotros: el pecado y a Satanás.
En los momentos de silencio, en aquellos momentos que no vemos nada, que parece que Dios nos abandonó, en aquellos momentos que dimos un paso de fe y parece que todo empeoró, esperemos tranquilamente; el tercer día llegará.
¡Jesucristo resucitó!
Me gusta los conceptos que manejas con sencillez y claridad. En este tiempo de silencio, durante la pandemia a nivel mundial. Este silencio va a terminar, mi oración es que termine con un salir a predicar a un Jesús resucitado, llevar esperanza como un último aliento para los que aún no le creen, ni le conocen.