Si Eres Honesto, Vives Deprimido (o Eres Cristiano)
Sabemos que un sinnúmero de personas viven en la depresión, y millones son adictos al alcohol o drogas, y millones toman antidepresivos. ¡Y no me sorprende!
¿Por qué?
Porque la gente honesta—y aquí me refiero a la gente que no niega la realidad, la gente honesta acerca de la condición humana— ¡debe estar deprimida! Muy deprimida.
Consideremos la verdad comprendida por todo agnóstico, escéptico, ateo y cristiano: solo una cosa va a evitar irremediablemente que veas a todos los que conoces morir por asesinato, accidente, o enfermedad y eso será tu propia muerte por asesinato, accidente o enfermedad.
Esto es absolutamente cierto, ¿verdad?
Pero se pone peor la cosa. Al menos que muramos jóvenes (cosa que la mayoría considera algo malo) entonces vamos a vernos, y a aquellos a quienes amamos, progresivamente perder habilidades físicas y mentales—muy probablemente en forma dolorosa y humillante—hasta que veamos a todos morir por asesinato, accidente o enfermedad.
¿Cómo es posible que la gente viva con este conocimiento? En realidad no viven muy bien…
Por eso mucha gente se apoya en el alcohol o drogas, y aun así casi todos niegan la triste realidad. Desde luego aceptan la verdad de que vamos a morir—pero luego tratan de minimizar este pensamiento y sacarlo de sus mentes, ignorarlo y pretender que no es cierto.
Por eso dije que la “gente honesta” vive deprimida. ¡O son cristianos! 1
Ernest Becker, en su aclamado libro “La Negación de la Muerte” (Ganador del premio Pulitzer) sugiere que “la idea de morir, el miedo a ello, acecha al animal humano como ninguna otra cosa; es el motor de toda actividad humana—actividad diseñada principalmente para evitar la fatalidad de la muerte, para sobreponerse a ella al negar de alguna forma que es el destino final del hombre.»2 Para lidiar con la realidad el hombre intenta trascender a la muerte participando en algo de valor duradero. Obtenemos inmortalidad vicaria al sacrificarnos nosotros mismos por conquistar un imperio, construir un templo, escribir un libro, establecer una familia, acumular fortuna, progresar hacia la prosperidad, crear una sociedad informada y un mercado libre.” 3 Becker escribe que una persona que decide “tirarse sobre una granada explosiva para salvar a sus camaradas” debe “sentir y creer que lo que hace es realmente heroico, trascendente y supremamente significativo” y afirma que el buscar el heroísmo por parte de “gente apasionada” es “un grito en busca de Gloria tan claro y reflexivo como el aullido de un perro.” 4 Pero para la mayoría, para las “masas mas pasivas,” este heroísmo viene disfrazado conforme siguen quejumbrosamente los roles que la sociedad les ha establecido tratando de ganar ascensos de puesto dentro del sistema que les permite “sobresalir, aunque sea un poco de manera segura y sin riesgos.” 5
Becker tiene razón.
Es por eso que los ateos frecuentemente abogan y apoyan movimientos políticos, ecológicos y sociales: necesitan ser parte de algo más grande—algo importante mas allá de sus humanas existencias, próximas a ser devoradas por los gusanos. Aunque no hay nada de malo en sí en involucrarse en movimientos políticos, ecológicos y sociales o ver televisión, escuchar música, surfear el internet, o leer un libro, la verdad es que muchos lo hacen para ahogar el sonido de la final campana que los asedia.
Es interesante notar que Becker estaba consciente de la salida a este problema, pero tristemente no creyó que era verdad (murió de cáncer el año que su libro fue publicado—tenía 47 años). Becker resumió la grandeza de la cosmovisión cristiana de esta forma:
Mientras que el hombre habitó bajo el abrigo de la cosmovisión judeo-cristiana él era parte de un gran todo; para ponerlo en términos simples, su heroísmo cósmico estaba ya completamente trazado, era inconfundible. Vino del mundo invisible al visible por medio de un acto divino, cumplía su deber ante Dios al vivir con dignidad y fe…ofreciendo su vida entera—como Cristo lo hizo—al Padre. Como consecuencia el hombre era justificado por el Padre y recompensado con vida eterna en el mundo invisible. Poco importaba que la tierra fuese un valle de lagrimas de terrible sufrimiento inconmensurable, de diaria y tortuosa mundanalidad, de enfermedad y muerte, un lugar en donde el hombre sentía no pertenecer, “el lugar equivocado” como Chesterton decía…En pocas palabras, el heroísmo cósmico del ser humano estaba asegurado aun sin ser importante. Esto era el más grande logro de la cosmovisión cristiana: que podía tomar esclavos, inválidos, tontos, simples, poderosos, y tornarlos a todos en héroes simplemente tomando un paso hacia otra dimensión divina, la dimensión llamada cielo. O se podría decir también que el cristianismo toma la conciencia de las creaturas—el objeto que el hombre más trataba de negar—y lo torna en la condición central de su heroísmo cósmico. 6
Aunque Becker se haya perdido de esta verdad, Becker tenía razón: el cristianismo provee un glorioso propósito y significado a nuestras vidas difíciles. Más aun, el cristianismo trasciende a la muerte y promete inmortalidad.
De ahí el título de este escrito. “Si eres honesto, vives deprimido (o eres cristiano).” Ahora, me doy cuenta que algunos cristianos a veces luchan contra la depresión—este es un mundo difícil después de todo—pero los cristianos que se adueñan y envuelven en la esperanza de la vida eterna tienen muchas menos razones para estar deprimidos. De hecho, una razón por la cual algunos cristianos no pueden salir de la depresión es porque tienen una visión distorsionada de la gran gloria que nos espera por siempre.
Afortunadamente, Jesús realmente resucito de entre los muertos y al creer en El ¡podemos tener vida eternal!
Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Amén.
- Otras religiones proveen algo de solaz a la condición humana, pero desde luego, sugiero que tales religiones son falsas ↩
- Ernest Becker, The Denial of Death (New York, Free Press, 1973), xvii. ↩
- Sam Keen, “Forward” in Ernest Becker, The Denial of Death (New York, Free Press, 1973), xiii. ↩
- Ibid., 6. ↩
- Ibid. ↩
- Ibid., ↩